viernes, 9 de octubre de 2015

El síndrome de Peter Pan


En las consultas de psicología y psiquiatría es frecuente que alguien –por lo general una mujer– acuda a nosotros con la queja de que su pareja se comporta como un niño y le resulta difícil conseguir que se responsabilice de las tareas que le corresponden en la dinámica doméstica, una situación que la hace sentir más como madre que como una verdadera esposa o pareja.
Cuando esto sucede, es muy probable que nos encontremos ante lo que el psicólogo norteamericano Dan Kiley denominó Síndrome de Peter Pan, un término con el que describía ciertos rasgos comunes a unas personas que no quieren dejar de ser niños y no saben –o no pueden– dejar de ser hijos, ni por tanto convertirse en padres, lo que produce un desfase entre su edad cronológica y la escasa madurez afectiva que les caracteriza y repercute en el rol que de ellos se espera en una relación de pareja, pues son incapaces de asumir sus obligaciones y se comportan como un niño que habitara en el cuerpo de un adulto y se resistiera a crecer, no aportando por tanto seguridad ni protección a su núcleo familiar.
El término Síndrome de Peter Pan comenzó a utilizarse después de que Dan Kiley publicara en 1983 del libro «El síndrome de Peter Pan, la persona que nunca crece». Si bien a este síndrome no se le reconoce como una enfermedad propiamente dicha, pues no aparece codificada como tal en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM), es un hecho que los profesionales constatamos su existencia en la práctica psiquiátrica y psicológica diaria.  


Adultos que no quieren dejar de ser niños

Quienes sufren este síndrome, al no distinguir la diferencia entre ser adulto y haber crecido, acaban asumiendo un rol pasivo e inmaduro en su afectividad adulta que origina, entre otros, serios problemas de pareja que pueden terminar con la ruptura de la misma.
Pero comencemos por el principio y consideremos que en su crecimiento, el niño encuentra con una serie de necesidades relacionadas tanto con con su desarrollo físico como psíquico (abarcando las areas de su sexualidad, intelecto y socialización), necesidades que deberá satisfacer para que su evolución no se interrumpa y que, de no ser debidamente cubiertas –bien por frustración o por un exceso de gratificación– darán lugar a fijaciones que les harán estancarse en las etapas inadecuadamente resueltas en la infancia y desarrollar ciertos rasgos en su carácter.
Todos nacemos en una familia concreta y a su vez en una coyuntura, un modelo y un situación también concretas en las que nuestros progenitores son consignatarios y custodios de su propia historia e impedimentos. En los primeros años de la vida, el niño aprende a formarse como persona conforme va manejándose con situaciones como son la satisfacción o la frustración, la necesidad, la dependencia, la intimidad, el placer y la relación con quienes representan la autoridad. Es así como se aprenden las conductas que se arraigan en la adultez.
Consideremos también que la vida y el comportamiento del ser humano son el resultado de la interacción individuo-ambiente en el marco de un campo que cambia continuamente. Así, el comportamiento del individuo dependerá del carácter de la relación que se establezca entre él y su ambiente. Si esta relación es confortable el comportamiento del individuo será armónico, fecundo y cambiante, mientras que si la relación es problemática, el resultado será un estancamiento y un desequilibrio.
Visto esto, destaquemos que el Síndrome de Peter Pan suele debutar en la infancia coincidiendo con una carencia afectiva y una falta de atención por parte de los padres, y es por ello que, cuando estos niños llegan a la edad adulta, experimentan dificultades en el control de sus sentimientos, les resulta difícil aceptar las emociones propias de la adultez y al ser conscientes de ellas sienten miedo por el desconcierto que les ocasionan.
Por lo general, quienes padecen este trastorno suelen ser personas con una gran inmadurez, inseguridad personal, baja autoestima, dependencia emocional y miedo a ser rechazados. Como consecuencia de ello, es frecuente que sus necesidades afectivas estén distorsionadas y esperen que su cónyuge les ofrezca un trato maternal.


Generalidades

Por lo general, quienes sufren este síndrome –varones casi siempre– no son conscientes de su trastorno hasta que surge un evento grave en sus vidas que les obliga a plantearse lo inadecuado de su conducta y del rol que desempeñan cuando tienen que enfrentarse con el mundo real como los adultos que son.
El Síndrome de Peter Pan se suele dar en adultos que en su infancia fueron espectadores de un ambiente familiar que se desmoronaba ante ellos y unos padres –siempre angustiados– que cedían con facilidad a sus demandas, predisponiéndoles a obtener rápidas recompensas sin realizar esfuerzos. En este contexto, es fácil que se forjen adolescentes con dificultades para adquirir su propia personalidad que, al llegar a la edad adulta, podrán parecer seductores y divertidos apenas se les conoce pero que pronto se desinflan y ponen al descubierto todas sus inseguridades así como una depresión subyacente que se asocia a serios problemas de relación, tanto en lo laboral como en social y afectivo, debido a su inadaptación y dificultad para asumir responsabilidades.  
Los adultos Peter Pan suelen sentir atracción por ciertas actividades propias de la infancia y de la juventud, etapas que idealizan como mecanismo defensivo para negar la realidad de que el tiempo ha transcurrido y ellos han crecido. Son una especie de niños atrapados en el cuerpo de un adulto.
Su actitud tiende al egoísmo, de tal modo que acostumbran a exigir y juzgar a los demás; les gusta recibir pero son reacios a ofrecer; también son remisos a trabajar por miedo a perder su libertad ya que no les gusta contraer compromisos.
Aunque en su fuero interno se sienten insatisfechos con su situación, no hacen nada por resolverla y se las ingenian para que sean los demás quienes asuman las responsabilidades que a ellos les corresponderían.
Al igual que sucede en ciertas etapas de la infancia, quien sufre el Síndrome de Peter Pan “lo quiere todo”, pero sin esforzarse para conseguirlo, por ello necesitan tener a su lado a otras personas que los mantengan y les satisfagan unas necesidades que ellos acaban planteando como exigencias.


Perfil psicológico

  • Suelen idealizar la juventud para negar su madurez.
  • Temen a la soledad.
  • Son inseguros y tienen baja autoestima
  • Egocéntricos.
  • Egoístas.
  • Narcisistas.
  • Irresponsables.
  • Tienen dificultad para entablar relaciones simétricas y equitativas, por lo que les cuesta asumir compromisos por miedo a perder su libertad.
  • Son reacios a ejercer autocrítica.
  • Trasladan a los demás sus responsabilidades, infravalorándoles y haciéndolos sentir responsables.
  • Tienen una baja tolerancia a la frustración, por lo que siempre están insatisfechos, aunque no sean capaces de tomar iniciativas para afrontar los problemas. Este rasgo se acentúa cuando se les contradice o se emite una opinión que no les gusta; su reacción en estos casos suele ser el equivalente a un berrinche infantil.
  • Buscan afecto y reconocimiento, pero al relacionarse no son conscientes de que pueden lastiman al otro o vulnerar algún acuerdo previo de respeto o lealtad.
  • Su egocentrismo les lleva a buscar protagonismo sin reparar si pueden lastimar a alguien.
  • Al no soportar la frustración, tienden a evadirse de la realidad y a buscar refugio en realidades virtuales (por ejemplo redes sociales) que no les supongan compromisos. En este sentido, el sexólogo y psicólogo clínico Antoni Bolinches (Barcelona, 1947) advierte del refugio adictivo placentero que puede suponer Internet para este tipo de personas.

Síndrome de Peter Pan: problemas de pareja

La elección de nuestra pareja no es fruto de la casualidad. Es obvio que cuando establecemos una primera interacción con la otra persona es porque, sin ser conscientes, identificamos en ella algo que nos resulta familiar, nos es conocido, tal vez porque ya lo vivimos en nuestra experiencia relacional en el seno familiar, o bien porque la otra persona es capaz de satisfacer unas necesidades que no fueron cubiertas en nuestra familia de origen, aunque a veces, con el transcurso del tiempo, se den de bruces con la realidad nuestras expectativas de que la persona elegida nos ofrezca lo que en su día no tuvimos.
Al mismo tiempo, puede que también la otra parte de la pareja, inconscientemente, tenga las mismas expectativas de que el otro le cubra unas carencias que, en realidad, nada ni nadie podrán satisfacer porque en realidad forman parte de nosotros, son nuestras propias experiencias vividas y sólo podrán ser resueltas a nivel personal. Podremos apoyarnos el otro, pero esto no significa que él –o ella– vaya a resolver nuestros problemas personales.
En toda relación de pareja los problemas que surjan de la misma no deberán ser atribuidas a una u otra parte, pues son responsabilidad de ambos. Así, cuando en la relación se detecta que algo no funciona, serán las dos partes quienes deban implicarse en darse cuenta de cómo se está produciendo el problema y, preferiblemente, ser ayudados por un profesional para resolver la situación.
Centrándonos en el síndrome objeto de este artículo (Síndrome de Peter Pan), la relación se establece en base a unas necesidades no satisfechas, muy probablemente por ambas partes en sus relaciones tempranas, pues la mujer, en este caso podría sentirse impulsada por una necesidad de proteger y comportarse como una madre al tiempo que el hombre Peter Pan necesita ser protegido y tratado como un niño. En este caso (que más adelante trataremos al hablar del Síndrome de Wendy) ambas necesidades parecerán estar cubiertas y satisfechas pero no dejan de ser disfuncionales porque los roles de la relación no deberían ser materno-filiales, sino de pareja. O puede darse también el caso de que no haya tal disfunción si previamente existiera un pacto tácito por ambas partes a través del cual ambos se sientan cómodos.
En cualquier caso, y como se mencionó antes, remarquemos que en el Síndrome de Peter Pan son habituales los problemas de pareja. De hecho, éstos son el motivo principal por el que un hombre Peter Pan acude por primera vez a un profesional cuando la mujer con quien conviven les convence para que inicien una terapia de pareja, y él acceden porque, por su inseguridad y su baja autoestima siente pánico ante la idea de que ella le abandone.
La intervención de la mujer en estos casos, siempre con la ayuda de un profesional cualificado, pueden resumirse en los siguientes puntos:
  • Ayudarlo a que se dé cuenta de que algo no funciona como debería y a detectar las consecuencias de su forma de ser.
  • Ser firme y clara a la hora de poner límites. Él intentará rebasarlos pero nunca hay que ceder ante su conducta inadecuada.
  • No permitir que la culpe de unos errores que sólo son consecuencia de una conducta que él se negará a asumir.
  • No seguirle el juego de su comportamiento infantil cuando persevere en actuaciones no apropiadas para su edad, y explicarle los motivos.
  • Debe ser él quien busque las soluciones adecuadas ya que, cada vez que se le ayude a encontrarlas se le estará reforzando para que no contraiga responsabilidades.
  • Precisamente porque son reacios a que se les haga ver sus defectos, hay que mostrarle sus errores.

Tratamiento psicológico

No hay un tratamiento específico para este trastorno, por ello, el mejor modo de abordarlo consiste en realizar una intervención psicológica que permita al paciente darse cuenta de su comportamiento, enfrentarse a su realidad y aceptar las consecuencias de sus actuaciones y omisiones.
Según Kiley, el éxito terapéutico es siempre difícil y la detección precoz del síndrome mejora considerablemente el pronóstico al evitar que éste progrese (cuanto más tardío es el diagnóstico, más difícil es de tratar).
El hombre Peter Pan se lamentará y protestará sistemáticamente porque no querrá asumir responsabilidades, por ello la terapia deberá motivarles a que se impliquen cada vez más en las decisiones que les exige el mundo real. Tanto el adolescente como el joven o el adulto que padece este trastorno, es reacio a entender su infantilismo y reticente a modificarlo. Se sienten tan cómodos en la gratificante irresponsabilidad inherente a la niñez que los fracasos en su adaptación a los comportamientos adultos son continuos.

El dilema de Wendy

Como complemento del síndrome descrito, es interesante valorar la relación de pareja en la que un hombre Peter Pan convive con una mujer que sufre el llamado Dilema de Wendy (descrito también por Dan Kiley ) y se caracteriza por sentirse inferior y permitir que otros controlen sus inseguridades, sus temores y, en suma, su destino.
Si para una mujer sin ningún trastorno psicológico es difícil convivir con un hombre Peter Pan y le desencadena necesidades no satisfechas, si esta mujer sufre además el Síndrome de Wendy, la situación se vuelve especialmente compleja, pues se sienten tan inferiores que permiten (e incluso obligan) a que su Peter Pan controle su vida. Aunque Wendy finja estar bien, la realidad será que sufre una intensa y permanente ansiedad y, aunque a los ojos de los demás todo lo que haga por su pareja parezca amor, ella estará ejerciendo un rol de madre sumisa y protectora pero no de esposa.
Paradójicamente, una pareja de estas características suele funcionar mejor –ser menos disfuncional– que cuando uno de los dos miembros no sufre ningún trastorno psicológico.

Consideraciones finales

En cierto modo todos tenemos un pequeño Peter Pan que habita en un recóndito rincón de nuestra psique, y sería un error erradicarlo de pleno. Sin embargo, conforme el individuo crece en edad, experiencia, madurez y se convierte en un adulto, no debe permitir que ese lado infantil de su mundo interior –deseable y saludable si se canaliza saludablemente– le aparte de la realidad y le impida seguir creciendo y aceptar las responsabilidad de sus actos en ese imparable camino que es la maduración personal.
El Síndrome de Peter Pan es cada vez más frecuente, y tal vez las causas del aumento de su prevalencia en nuestra sociedad se encuentren en la sobreprotección que se reciba de los padres, la excesiva gratificación inherente a la cultura de la inmediatez, el aumento progresivo de la edad de emancipación de los jóvenes y su poca propensión a asumir responsabilidades. En cualquier caso, estos razonamientos y consideraciones sólo son hipótesis de quien firma este artículo, a la espera de que se publiquen estudios epidemiológicos que aporten información científicamente validada sobre este síndrome.

Fuente:

Sarió, C (2014). El Síndrome de Peter Pan.  Terapia Gestalt Valenciana.  Recueprado el 9 de octubre de 2015 en: http://www.gestalt-terapia.es/el-sindrome-de-peter-pan/

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