viernes, 18 de noviembre de 2016

Las 5 diferencias entre autoconcepto y autoestima

Por: Arturo Torres

Los conceptos de autoestima y autoconcepto sirven para referirse al modo en el que construimos una idea de nosotros mismos y cómo nos relacionamos con ella, pero lo cierto es que muchas veces pueden llegar a confundirse entre sí.
Conviene tener claras las diferencias que existen entre ambas para saber cómo pensamos en nosotros mismos.

Las principales diferencias entre autoestima y autoconcepto

A continuación puedes ver los puntos básicos que sirven para distinguir la autoestima del autoconcepto.

1. Uno es cognitivo, el otro es emocional

El autoconcepto es, básicamente, el conjunto de ideas y creencias que constituyen la imagen mental de lo que somos según nosotros mismos. Por lo tanto, es un entramado de información que puede ser expresada de manera más o menos textual a través de afirmaciones sobre uno mismo: "soy malhumorado", "soy tímida", "no sirvo para hablar frente a muchas personas", etc.
La autoestima, en cambio, es el componente emocional que está vinculado al autoconcepto, y por lo tanto no puede ser diseccionada en palabras, porque es algo totalmente subjetivo.

2. Uno se puede plasmar en palabras, el otro no

Esta diferencia entre autoestima y autoconcepto se deriva de la anterior. Nuestro autoconcepto (o, mejor dicho, parte de este) puede ser comunicado a terceras personas, mientras que no ocurre lo mismo con la autoestima.
Cuando hablamos sobre aquellas cosas de nosotros mismos que nos hacen sentir mal (sean más o menos reales y exactas o no), en realidad estamos hablando acerca de nuestro autoconcepto, porque la autoestima no se puede reducir a palabras. Sin embargo, nuestro interlocutor reunirá esa información que le damos acerca del autoconcepto y a partir de ahí imaginará la autoestima que está asociada a este. Sin embargo, esta tarea consistirá en recrear de manera activa la autoestima de la otra persona, no en reconocerla en la información verbal que llegue.

3. Apelan a tipos de memoria diferentes

La autoestima es una respuesta básicamente emocional ante la idea que tenemos de nosotros mismos, lo cual significa que está relacionada con un tipo de memoria implícita: la memoria emocional. Esta clase de memoria está especialmente relacionada con dos partes del cerebro: el hipocampo y la amígdala.
El autoconcepto, sin embargo, está asociado a un tipo de memoria diferente: la declarativa, que está más relacionado con el hipocampo y las zonas de corteza asociativa que se reparten por la corteza cerebral. Está conformado con una serie de conceptos que hemos aprendido a asociar con la idea de "yo", y que puede contener todo tipo de conceptos: desde la alegría o la agresividad hasta el nombre de ciertos filósofos o la idea de ciertos animales que identificamos con nosotros. Eso sí, ciertos conceptos estarán más relacionados con el núcleo de nuestro autoconcepto, mientras que otros formarán parte de la periferia de este.

4. Una tiene un componente moral, el otro no

La autoestima es la manera en la que nos juzgamos a nosotros mismos, y por lo tanto depende de la semejanza que percibamos entre nuestro autoconcepto y la imagen que hemos creado del “yo ideal”.
Por lo tanto, mientras que el autoconcepto está al margen de juicios de valor, la autoestima está fundamentada en el juicio de valor fundamental acerca de lo que vale uno mismo: depende de hasta qué punto creemos estar cerca de “lo bueno”, y por lo tanto nos traza un camino que nos indicará si nos estamos acercando o alejando de lo que deberíamos ser.

5. Una es más fácil de cambiar que la otra

Al formar parte de la memoria emocional, la autoestima puede ser muy difícil de cambiar, ya que no obedece a los criterios de la lógica, del mismo modo en el que las fobias, que también dependen de la memoria emocional, nos hacen tenerle miedo a estímulos y situaciones que en base a la razón no deberían darnos miedo.
El autoconcepto, si bien está relacionado con la autoestima y por lo tanto sus cambios se corresponden en parte con los de esta, es algo más fácil de cambiar, porque puede ser modificado directamente mediante la reestructuración cognitiva: si nos paramos a pensar sobre el modo en el que nos vemos a nosotros mismos es muy fácil que detectemos inconsistencias y partes que fallan, y que las reemplacemos por creencias e ideas más viables a la hora de explicar quiénes somos.
Por ejemplo, si creemos que somos marcadamente tímidos pero luego nos damos cuenta que en ocasiones pasadas hemos llegado a mostrarnos muy seguros y confiados al dar charlas frente a muchas personas en una exposición sobre un tema que nos apasiona, es fácil que pasemos a pensar que nuestra timidez es algo más moderada y circunstancial. Sin embargo, esto no tiene por qué traducirse en una mejora de la autoestima, o al menos no de manera inmediata.
Puede ser que en futuras ocasiones recordemos que no somos tan tímidos después de todo y que, por lo tanto, no nos comportemos con tanta timidez, lo cual haría que los demás den más importancia a nuestra presencia y, ahí sí, nuestra autoestima podría mejorar, al ver cambios verdaderos en el mundo real que nos dicen el valor que podemos llegar a tener.

Una frontera muy difuminada

Aunque existan diferencias entre el autoconcepto y la autoestima, hay que tener claro que ambos son constructos teóricos de la psicología, que ayudan a entender cómo pensamos y cómo actuamos, pero que no describen elementos de la realidad claramente diferenciables.
En realidad, ambos ocurren conjuntamente; como prácticamente todos los procesos mentales y fenómenos subjetivos que experimentamos, son el resultado de un sistema en bucle de partes del cerebro que funcionan a una increíble velocidad y que están interactuando constantemente con nuestro entorno coordinándose entre sí. Eso significa que, por lo menos en los seres humanos, no puede existir autoconcepto sin autoestima, y viceversa.

Fuente:  Torres, A.  Psicología y Mente.   Las 5 diferencias entre autoconcepto y autoestima.   Recuperado en. https://psicologiaymente.net 

martes, 15 de noviembre de 2016

Despertarse varias veces en la noche es nefasto para tu estado de ánimo y tu cerebro

El sueño es un asunto serio, o al menos debería serlo. De hecho, hay quienes se irritan y enfadan muchísimo cuando no logran dormir bien o les despiertan a mitad del sueño. Lo curioso es que no se trata de un enfado “consciente” sino de un profundo malestar que se experimenta a nivel casi visceral. Ahora la ciencia explica qué sucede en tu cerebro cuando te despiertas varias veces por la noche y por qué te sientes tan irritable al día siguiente.

Menos horas de un tirón es mejor que más horas con despertares frecuentes

Investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins reclutaron a 62 personas sanas y las dividieron en tres grupos experimentales de sueño. Un primer grupo podía dormir durante tres noches sin interrupciones, un segundo grupo debía irse a la cama más tarde durante esas tres noches y a un tercer grupo se les despertaba ocho veces a lo largo de la noche. El objetivo era analizar cómo influirían esas tres condiciones de sueño en el estado de ánimo al día siguiente. 
Así los investigadores comprobaron que durante la primera noche, tanto las personas que se habían acostado tarde como aquellas que se habían despertado varias veces, mostraban un empeoramiento del estado de ánimo, se sentían más irritables y estaban más enfadadas. 
Sin embargo, a partir de la segunda noche se produjo un cambio. Las personas que se acostaron tarde reportaron una mejoría en el estado de ánimo del 12% en comparación con el primer día, indicando que su organismo se estaba adaptando al cambio. No obstante, quienes se despertaron varias veces por la noche mostraron un empeoramiento del 31%. Estos resultados se mantuvieron al tercer día.

¿Por qué es tan dañino despertarse varias veces?

Los investigadores señalan que nuestro organismo se puede acostumbrar a dormir durante menos horas, pero que la fragmentación del sueño es muy perjudicial para nuestro estado de ánimo. De hecho, debemos recordar que durante el sueño una parte de nuestro cerebro se mantiene muy activa, eliminando las sustancias de desecho del metabolismo diurno y reorganizando en la memoria las experiencias que vivimos durante el día. No obstante, las zonas que más utilizamos mientras estamos despiertos, descansan. El sueño es una oportunidad para recargar nuestro agotado cerebro.
Obviamente, cuando nos despertamos varias veces a lo largo de la noche nuestro cerebro no tiene la oportunidad de progresar a través de las diferentes fases de sueño para obtener el descanso que necesita. Por eso, al levantarnos podemos sentirnos agotados, aunque hayamos "dormido" las 8 horas reglamentarias.

De hecho, estos investigadores comprobaron que las personas que se despertaban varias veces en la noche tenían períodos más cortos de sueño profundo de onda lenta, que es precisamente el más reparador y el momento que nuestro cerebro aprovecha para “desconectarse” del cuerpo.
Obviamente, esa fragmentación del sueño repercutirá en nuestro estado de ánimo. Los investigadores notaron que las personas que no lograban descansar bien no solo se sentían más agotadas mentalmente y sin energía sino que también respondían con mayor irritabilidad y se reducían sus sentimientos de simpatía y amabilidad hacia los demás.

¿Qué ocurre en tu cerebro cuando no duermes?

Cuando no dormimos bien se produce un aumento de la actividad de la amígdala, la cual desempeña un rol fundamental en la activación de emociones negativas como la ira y la agresividad. A la vez, se produce una “desconexión” de la amígdala con las áreas corticales, como el córtex del cíngulo anterior, que son las que nos permiten regular nuestras respuestas emocionales.

De hecho, otro estudio muy interesante realizado en la Universidad de Tel Aviv nos brinda nuevas pistas sobre lo que sucede en el cerebro cuando no dormimos. Estos investigadores reclutaron a un grupo de personas y les pidieron que pasaran una noche entera sin dormir. Al día siguiente realizaron un test de atención en el que aparecían imágenes de contenido emocional neutro, positivo o negativo.

Lo curioso fue que las personas que no habían dormido se fijaban más en las imágenes negativas y mostraban una actividad inusualmente elevada de la amígdala, la cual se activaba incluso ante los estímulos neutros. Esto significa que cuando no dormimos o nos despertamos varias veces en la noche perdemos la capacidad de ser objetivos y reaccionamos ante los estímulos como si fueran una amenaza, aunque no lo sean.
Es por eso que después de una mala noche de sueño, estamos tan irritables y enfadados, y nos resulta muy difícil controlar nuestras reacciones. Por tanto, será mejor que no te tomes el sueño a la ligera. Tu cerebro necesita descansar.
Fuentes:
Finan, P. et. Al. (2015) The Effects of Sleep Continuity Disruption on Positive Mood and Sleep Architecture in Healthy Adults. Sleep; 38(11):1735–1742.
Hendler, T, et. Al. (2015) Losing Neutrality: The Neural Basis of Impaired Emotional Control without Sleep. Journal of Neuroscience; 35 (38) 13194-13205.

Antes de criticar, piensa qué dice esa crítica sobre ti

La palabra crítica, como muchas otras que usamos a diario, se han alejado mucho de su significado original. De hecho, proviene de la raíz indoeuropea “skribh”, que en un principio significaba separar y discernir. Más tarde esta palabra adoptó otro significado, más vinculado a la capacidad de decisión y de emitir un juicio. Luego siguió evolucionando y en la actualidad muchas personas le atribuyen un significado completamente negativo.
Sin embargo, la crítica en sí no es negativa, todo depende de cómo la realizamos. Existen críticas que pueden ayudarnos a crecer y hay críticas que pueden destruirnos. Por eso, en el fondo, la crítica también dice mucho de nosotros, sobre la persona que critica. 

Los 3 tipos de críticas que revelan tu “yo” más profundo

Nicolás Maquiavelo dijo“en general, los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven”. Por eso, la crítica siempre es expresión de quiénes somos y de lo que pensamos. A través de una crítica desvelamos nuestros estereotipos y expectativas, y muchas veces hasta nuestro estado de ánimo. De hecho, aunque muy pocas personas se dan cuenta de ello, su forma de criticar es una de las expresiones más íntimas de su personalidad, a través de la cual pueden quedar completamente desnudos ante el ojo más sensible.
Existen diferentes tipos de críticas:
- La crítica amigable. En este caso la persona que critica es capaz de establecer cierto vínculo emocional con el otro, por lo que realiza la crítica desde la empatía. Su objetivo es ayudar, proteger, motivar y/o desarrollar. Este tipo de crítica está vinculada con el concepto griego de “parresía”, que significa hablar con franqueza y libertad por el bien del otro, aunque eso implique ponerse en cierto riesgo. Obviamente, las personas que realizan este tipo de críticas son invaluables y deberíamos encargarnos de tenerlas siempre a nuestro lado porque nos ayudan a ver lo que nosotros no podemos vislumbrar.
- La crítica “objetiva”. En este caso la persona adopta una actitud más indiferente, establece una distancia emocional y suele utilizar argumentos de carácter más abstracto e impersonal para fundamentar su opinión. El problema es que normalmente el objetivo de esta crítica es corregir y en muchas ocasiones se utiliza como excusa para encubrir la hostilidad, la envidia o resaltar la superioridad intelectual o moral. De hecho, muchas personas enmascaran sus sentimientos bajo esa apariencia de “objetividad”, que suele esconde la idea de que solo ellos están al servicio de la verdad, la perfección o saben cómo hacer bien las cosas.
- La crítica hostil. En este caso la persona ataca directamente a través de la crítica, sin reparar en los daños que puede causar. De hecho, su objetivo es rechazar, culpabilizar, desacreditar o destruir directamente. No obstante, para lograrlo puede usar diferentes estrategias y no siempre se trata de ataques frontales por lo que a veces es difícil distinguir estas críticas. En el fondo, estas críticas lo que expresan es una incapacidad de la persona para ponerse en el lugar de los demás, gestionar sus emociones y relacionarse desde una postura respetuosa. Obviamente, es fundamental aprender a acorazarse contra estas críticas ya que pueden llegar a hacer mucho daño.

Piensa el doble, habla la mitad 

La crítica siempre dice más de quien critica, que de quien es criticado, porque expresa una forma de ver el mundo y unos valores en las relaciones interpersonales. Por eso, es conveniente que antes de criticar, pienses en lo que esas palabras expresan de ti y te preguntes si esa es la imagen que quieres cultivar y mostrar al mundo.
De hecho, puedes utilizar la crítica como una herramienta de cambio, para aprender a conocerte mejor y crecer como persona. 
1. Analiza qué motiva esa crítica. Si respondes a menudo con críticas ácidas y exageradas, es probable que no estés reaccionando ante esa situación específica o la persona que tienes delante sino que esa reacción es el reflejo de un problema mucho más profundo, ya que denota frustración, ira, desilusión y/o inseguridad. Por tanto, el problema no es lo que estás criticando sino algo más, dentro de ti, que deberías solucionar.
2. Ponte en el lugar del otro. Antes de criticar, intenta ponerte en el lugar del otro. Recuerda que muchas veces es más fácil convertirse en juez que ser la mano amiga que se tiende para dar ayuda. Intenta comprender por qué el otro ha actuado así. La comprensión y la empatía dirán muchas más cosas positivas de ti que la ira y la intolerencia.
3. Expresa una opinión, no un juicio. Las críticas, para no generar una actitud defensiva, deben mantenerse como una opinión, no deberían transformarse en un juicio. Si te conviertes en juez solo estás demostrando tu incapacidad para ser empático y tu prepotencia. No es lo mismo decir “lo que has hecho no sirve para nada” que “no me gusta lo que has hecho”. En el primer caso hay un juicio de valor que, por demás, es exagerado, en el segundo caso se trata tan solo de una opinión objeto de debate y, como tal, una oportunidad de crecimiento para ambas partes.
En cualquier caso, siempre es mejor criticar menos y ayudar más, hablar menos y pensar más, mirar más hacia adentro que girar el dedo acusatorio hacia afuera.

Fuente: El Rincón de la psicología